Por Analía Raimondo
Cuando hablamos de práctica docente nos imaginamos a una persona dentro de un aula enseñando a un grupo de alumnos. Si bien en líneas generales esto forma parte del quehacer docente, dicha práctica es tanto social como profesional, ya que la misma se desarrolla en las instituciones educativas, en el contacto con las autoridades, colegas, etc. El docente frente al aula planifica y gestiona constantemente, maneja los recursos, tiempos, espacios, debe afrontar situaciones de todo tipo, observa, evalúa, forma; pero también en este ejercicio de acción y pensamiento está la capacidad reflexiva y de autoevaluación, puede ser porque una clase no salió como queríamos, o porque un curso demostró más interés que otro en el desarrollo de la clase. Todo esto está sujeto a que la labor docente es una práctica situada, se interviene en la enseñanza con sujetos reales y en contextos reales, y muchas veces las situaciones que se atraviesan toman múltiples dimensiones. Por eso, la práctica docente presenta muchos desafíos, ya sea por que los cambios, las rutinas y los modos sociales varian a un ritmo vertiginoso, y en donde se deben desplegar estrategias pedagógicas concretas.